sábado, 14 de febrero de 2009

A buen juez mejor testigo"
Autor: José Zorilla

I
Entre pardos nubarronespasando la blanca luna,con resplandor fugitivo,la baja tierra no alumbra.La brisa con frescas alasjuguetona no murmura,y las veletas no giranentre la cruz y la cúpula.Tal vez un pálido rayola opaca atmósfera cruza,y unas en otras las sombrasconfundidas se dibujan.Las almenas de las torresun momento se columbran,como lanzas de soldadosapostados en la altura.Reverberan los cristalesla trémula llama turbia,y un instante entre las rocasriela la fuente oculta.Los álamos de la Vegaparecen en la espesurade fantasmas apiñadosmedrosa y gigante turba;y alguna vez desprendidagotea pesada lluvia,que no despierta a quien duerme,ni a quien medita importuna.Yace Toledo en el sueñoentre las sombras confusa,y el Tajo a sus pies pasandocon pardas ondas lo arrulla.El monótono murmullosonar perdido se escucha,cual si por las hondas calleshirviera del mar la espuma.¡Qué dulce es dormir en calmacuando a lo lejos susurranlos álamos que se mecen,las aguas que se derrumban!Se sueñan bellos fantasmasque el sueño del triste endulzan,y en tanto que sueña el triste,no le aqueja su amargura.Tan en calma y tan sombríacomo la noche que enlutala esquina en que desembocauna callejuela oculta,se ve de un hombre que guardala vigilante figura,y tan a la sombra velaque entre las sombras se ofusca.Frente por frente a sus ojosun balcón a poca alturadeja escapar por los vidriosla luz que dentro le alumbra;mas ni en el claro aposento,ni en la callejuela oscurael silencio de la nocherumor sospechoso turba.Pasó así tan largo tiempo,que pudiera haberse dudade si es hombre, o solamentementida ilusión nocturna;pero es hombre, y bien se ve,porque con planta segura,ganando el centro a la calle,resuelto y audaz pregunta:"¿Quién va?", y a corta distanciael igual compás se escuchade un caballo que sacudelas sonoras herraduras."¿Quién va?", repite, y cercanaotra voz menos robustaresponde: "Un hidalgo, ¡calle!"Y el paso el bulto apresura,"Téngase el hidalgo", el hombrereplica, y la espada empuña."Ved más bien si me haréis calle,repitieron con mesura,que hasta hoy a nadie se tuvoIván de Vargas y Acuña.""Pase el Acuña y perdone",dijo el mozo en faz de fuga,pues, teniéndose el embozo,sopla un silbato y se oculta.Paró el jinete a una puerta,y con precaución difusasalió una niña al balcónque llama interior alumbra."¡Mi padre!", clamó en voz baja,y el viejo en la cerradurametió la llave pidiendoa sus gentes que le acudan.Un negro por ambas bridas,tomó la cabalgadura,cerróse detrás la puertay quedó la calle muda.En esto desde el balcón,como quien tal acostumbra,un mancebo por las rejasde la calle se asegura.Asió el brazo al que apostadohizo cara a Iván de Acuña,y huyeron en el embozovelando la catadura.II
Clara, apacible y serenapasa la siguiente tarde,y el sol tocando su ocasoapaga su luz gigante;se ve la imperial Toledodorada por los rematescomo una ciudad de granacoronada de cristales.El Tajo por entre rocassus anchos cimientos lame,dibujando en las arenaslas ondas con que las bate.Y la ciudad se retrataen las ondas desiguales,como en prendas de que el ríotan afanoso la bañe.A lo lejos en la Vegatiende galán por sus márgenes,de sus álamos y huertosel pintoresco ropaje;y porque su altiva galamás a los ojos halague,la salpica con escombrosde castillos y de alcázares.Un recuerdo en cada piedraque toda una historia vale,cada colina un secretode príncipes o galanes.Aquí se bañó la hermosapor quien dejó un rey culpableamor, fama, reino y vidaen manos de musulmanes.Allí recibió Galianaa su receloso amante,en esa cuesta que entoncesera un plantel de azahares.Allá por aquella torreque hicieron puerta los árabes,subió el Cid sobre Babiecacon su gente y su estandarte.Más lejos se ve el castillode San Servando, o Cervantes,donde nada se hizo nuncay nada al presente se hace.A este lado está la almenapor do sacó vigilanteel conde don Peranzulesal rey, que supo una tardefingir tan tenaz modorra,que, político y constante,tuvo siempre el brazo quedolas palmas al horadarle.Allí está el circo romano,gran cifra de un pueblo grande,y aquí la antigua basílicade bizantinos pilares,que oyó en el primer conciliolas palabras de los Padresque velaron por la Iglesiaperseguida o vacilante.La sombra en este momentotiende sus turbios cendalespor todas esas memoriasde las pasadas edades;y del Cambrón y Bisagralos caminos desiguales,camino a los toledanoshacia las murallas abren.Los labradores se acercanal fuego de sus hogares,cargados con sus aperos,cargados con sus afanes.Los ricos y sedentariosse tornan con paso grave,calado el ancho sombrero,abrochados los gabanes;y los clérigos y monjesy los prelados y abades,sacudiendo el leve polvode capelos y sayales.Quédase sólo un mancebode impetuosos ademanes,que se pasea ocultandoentre la capa el semblante.Los que pasan le contemplancon decisión de evitarle,y él contempla a los que pasancomo si a alguien aguardaseLos tímidos aceleranlos pasos al divisarle,cual temiendo de seguroque les proponga un combate;y los valientes le mirancual si sintieran dejarlesin que libres sus estoquesen riña sonora dancen.Una mujer, también sola,se viene el llano adelante,la luz del rostro escondidaen tocas y tafetanes.Mas en lo leve del pasoy en lo flexible del tallepuede a través de los velosuna hermosa adivinarse.Vase derecha al que aguarda,y él al encuentro le salediciendo…cuanto se dicenen las citas los amantes.Mas ella, galanteríasdejando severa aparte,así al mancebo interrumpeen voz decidida y grave:"Abreviemos de razones,Diego Martínez; mi padre,que un hombre ha entrado en su ausenciadentro mi aposento sabe,y así quien mancha mi honracon la suya me la lave;o dadme mano de esposo,o libre de vos dejadme."Miróla Diego Martínezatentamente un instante,y echando a su lado el embozorepuso palabras tales:"Dentro de un mes, Inés mía,parto a la guerra de Flandes;al año estaré de vueltay contigo en los altares.Honra que yo te desluzcacon honra mía se lave,que por honra vuelven honrahidalgos que en honra nacen.""Júralo", exclama la niña."Más que mi palabra valeno te valdrá un juramento.""Diego, la palabra es aire.""¡Vive Dios, que estás tenaz!Dalo por jurado y baste.""No me basta; que olvidarpuedes la palabra en Flandes.""¡Voto a Dios! ¿Qué más pretendes?""Que a los pies de aquella imagenlo jures como cristianodel Santo Cristo delante."Vaciló un punto Martínez.Mas porfiando que jurase,llevóle Inés hacia el temploque en medio la Vega yace.Enclavado en un madero,en duro y postrero trance,ceñida la sien de espinas,descolorido el semblante,víase allí un crucifijoteñido de negra sangrea quien Toledo devotaacude hoy en sus azares.Ante sus plantas divinasllegaron ambos amantes,y haciendo Inés que Martínezlos sagrados pies tocase,preguntóle"Diego, ¿jurasa tu vuelta desposarme?Contestó el mozo:"¡Sí juro!",y ambos del templo se salen.
III
Pasó un día y otro díaun mes y otro mes pasó,y un año pasado había,mas de Flandes no volvíaDiego, que a Flandes partió.Lloraba la bella Inésoraba un mes y otro messu vuelta aguardando en vano,del crucifijo a los piesdo puso el galán su mano.Todas las tardes veníadespués de traspuesto el sol,y a Dios llorando pedíala vuelta del español,y el español no volvía.Y siempre al anochecer,sin dueña y sin escudero,en un manto una mujerel campo salía a veral alto del Miradero.¡Ay del triste que consumesu existencia en esperar!¡Ay del triste que presumeque el duelo con que él se abrumeal ausente ha de pesar!La esperanza es de los cielospreciosos y funesto don,pues los amantes desveloscambian la esperanza en celosque abrasan el corazón.Si es cierto lo que se esperaes un consuelo en verdad;pero siendo una quimera,en tan frágil realidadquien espera desespera.Así Inés desesperabasin acabar de esperar,y su tez se marchitaba,y su llanto se secabapara volver a brotar.En vano a su confesorpidió remedio o consejopara aliviar su dolor,que mal se cura el amorcon las palabras de un viejo.En vano a Iván acudía,llorosa y desconsolada;el padre no respondía,que la lengua le teníasu propia deshonra atada.Y ambos maldicen su estrella,callando el padre severoy suspirando la bella,porque nació altanero.Dos años al fin pasaronen esperar y gemir,y las guerras acabaron,y los de Flandes tornarona sus tierras a vivir.Pasó un día y otro día,un mes y otro mes pasó,y el tercer año corría:Diego a Flandes se partió,mas de Flandes no volvía.Era una tarde serena,doraba el sol de Occidentedel Tajo la Vega amena,y apoyada en una almenamiraba Inés la corriente.Iban las tranquilas olaslas riberas azotandobajo las murallas solas,musgo, espigas y amapolasligeramente doblando.Algún olmo que escondidocreció entre la hierba blandasobre las aguas tendidose reflejaba perdidoen su cristalina banda.Y algún ruiseñor colgadoentre su fresca espesuradaba al aire embalsamadosu cántico regaladodesde la enramada oscura.Y algún pez con cien colores,tornasolada la escama,saltaba a besar las flores,que exhalan gratos oloresa las puntas de una rama.Y allá, en el trémulo fondo,el torreón se dibujacomo el contorno redondodel hueco sombrío y hondoque habita nocturna bruja.Así la niña llorabael rigor de su fortuna,y así la tarde pasabay al horizonte trepabala consoladora luna.A lo lejos, por el llano,en confuso remolino,vio de hombres tropel lejanoque en pardo polvo livianodejan envuelto el camino.Bajó Inés del torreón,y llegando recelosaa las puertas del Cambrón,sintió latir zozobrosamás inquieto el corazón.Tan galán como altanerodejó ver la escasa luzpor bajo el arco primeroun hidalgo caballeroen un caballo andaluz.Jubón negro acuchillado,banda azul, lazo en la hombreray sin pluma al diestro lado,el sombrero derribadotocando con la gorguera.Bombacho gris guarnecido,bota de ante, espuela de oro,hierro al cinto suspendidoy a una cadena prendidoagudo cuchillo moro.Vienen tras este jinetesobre potros jerezanosde lanceros hasta siete,y en adarga y coseletediez peones castellanos.Asióse a su estribo Inés,gritando: "¡Diego, eres tú!"Y él viéndola de través,dijo: "¡Voto a Belcebú,que no me acuerdo quién es!"Dio la triste un alaridotal respuesta al escuchar,y a poco perdió el sentido,sin que más voz ni gemidovolviera en tierra a exhalar.Frunciendo ambas dos cejasencomendóla a su gente,diciendo: "Malditas viejas,que a las mozas malamenteenloquecen con consejas!"Y aplicando el capitána su potro las espuelas,el rostro a Toledo dan,y a trote cruzando vanlas oscuras callejuelas.
IV
Así por sus altos finesdispone y permite el cieloque puedan mudar al hombrefortuna, poder y tiempo.A Flandes partió Martínezde soldado aventurero,y por su suerte y hazañasallí capitán le hicieron.Según alzaba en honoresalzábase en pensamientos,y tanto ayudó en la guerracon su valor y altos hechos,que el mismo rey a su vueltale armó en Madrid caballero,tomándole a su serviciopor capitán de lanceros.Y otro no fue que Martínezquien ha poco entró en Toledo,tan orgulloso y ufanocual salió humilde y pequeño.Ni es otro a quien se dirige,cobrado el conocimiento,la amorosa Inés de Vargas,que vive por él muriendo.Mas él, que olvidando todoolvidó su nombre mesmo,puesto que Diego Martínezes el capitán don Diego,ni se ablanda a sus cariciasni cura de sus lamentos,diciendo que son locurasde gente de poco seso:que ni él prometió casarseni pensó jamás en ello.¡Tanto mudan a los hombresfortuna, poder y tiempo!En vano porfía Inéscon amenazas y ruegos;cuanto más ella importunaestá Martínez severo.Abrazada a sus rodillas,enmarañado el cabello,la hermosa niña llorabaprosternada por el suelo.Mas todo empeño era inútil,porque el capitán don Diegono ha de ser Diego Martínez,como lo era en otro tiempo.Y así, llamando a su gente,de amor y piedad ajeno,mandóles que a Inés llevarande grado o de valimiento.Mas ella, antes que la asieran,cesando un punto en su duelo,así habló, el rostro llorosohacia Martínez volviendo:"Contigo se fue mi honra,conmigo tu juramento;pues buenas prendas son ambas,en buen fiel las pesaremos."Y la faz descoloridaen la mantilla envolviendo,a pasos desatentadossalióse del aposento.
V
Era entonces de Toledopor el rey, gobernador,el justiciero y valientedon Pedro Ruiz de Alarcón.Muchos años por su patriael buen viejo peleó;cercenado tiene un brazo,mas entero el corazón.La mesa tiene delante,los jueces en derredor,los corchetes a la puertay en la derecha el bastón.Está, como presidentedel tribunal superior,entre un dosel y una alfombra,reclinado en un sillón,escuchando con pacienciala casi asmática vozcon que un tétrico escribanosolfea una apelación.Los asistentes bostezanal murmullo arrullador;los jueces, medio dormidos,hacen pliegues al ropón;los escribanos repasansus pergaminos al sol,los corchetes a una mozaguiñan en un corredor,y abajo, en Zocodobergritan en discorde son,los que en el mercado venden,lo vendido y el valor.Una mujer en tal punto,en faz de grande aflicción,rojos de llorar los ojos,ronca de gemir la voz,suelto el caballo y el manto,tomó plaza en el salóndiciendo a gritos: "¡Justicia,jueces, justicia, señor!"Y a los pies se arroja humildede don Pedro de Alarcón,en tanto que los curiososse agitan alrededor.Alzóla cortés don Pedro,calmando la confusióny el tumultuoso murmulloque esta escena ocasionó,diciendo:"Mujer, ¿qué quieres?"Quiero justicia, señor.""¿De qué?""De una prenda hurtada.""¿Qué prenda?""Mi corazón.""¿Tú lo diste?""Lo presté.""¿Y no te le han vuelto?""No.""¿Tienes testigos?""Ninguno.""¿Y promesa?""¡Sí, por Dios!Que al partirse de Toledoun juramento empeñó.""¿Quién es él?""Diego Martínez.""¿Noble?""Y capitán, señor.""Presentadme al capitán,que cumplirá si juró."Quedó en silencio la sala,y a poco en el corredorse oyó de botas y espuelasel acompasado son.Un portero, levantandoel tapiz, en alta vozdijo: "El capitán don Diego."Y entró luego en el salónDiego Martínez, los ojosllenos de orgullo y furor."¿Sois el capitán don Diego--díjole don Pedro-- vos?"Contestó altivo y serenoDiego Martínez:"Yo soy.""¿Conocéis a esta muchacha?""Ha tres años, salvo error.""¿Hicísteisla juramentode ser su marido?"No.""¿Juráis no haberlo jurado?""Sí, juro.""Pues id con Dios.""¡Miente!", calmó Inés llorandode despecho y de rubor."Mujer, ¡piensa lo que dices……!""Digo que miente, juró.""¿Tienes testigos?""Ninguno.""Capitán, idos con Dios,y dispensad que acusadodudara de vuestro honor."Tornó Martínez la espalda,con brusca satisfacción,e Inés, que le vio partirse;resuelta y firme gritó:"Llamadle, tengo un testigo;llamadle otra vez, señor."Volvió el capitán don Diego,sentóse Ruiz de Alarcón,la multitud aquietósey la de Vargas siguió:"Tengo un testigo a quien nuncafaltó verdad ni razón.""¿Quién?""Un hombre que de lejosnuestras palabras oyó,mirándonos desde arriba.""¿Estaba en algún balcón?""No, que estaba en un supliciodonde ha tiempo que expiró.""¿Luego es muerto?""No, que vive,""Estáis loca, ¡vive Dios!¿Quién fue?""El Cristo de la Vega,a cuya faz perjuró."Pusiéronse en pie los juecesal nombre del Redentor,escuchando con asombrotan excelsa apelación.Reinó un profundo silenciode sorpresa y de pavor,y Diego bajó los ojosde vergüenza y confusión.Un instante con los juecesdon Pedro en secreto habló,y levantóse diciendocon respetuosa voz:"La ley es ley para todos;tu testigo es el mejor,mas para tales testigosno hay más tribunal que Dios.Haremos….. lo que sepamos.Escribano, al caer el solal Cristo que está en la Vegatomaréis declaración."
VI
Es una tarde serena,cuya luz tornasoladadel purpurino horizonteblandamente se derrama.Plácido aroma de floressus hojas plegando exhalan,y el céfiro entre perfumesmece las trémulas alas.Brillan abajo en el vallecon suave rumor las aguas,y las aves en la orilladespidiendo al día cantan.Allá por el Miraderopor el Cambrón y Bisagra,confuso tropel de gentedel Tajo a la Vega baja.Vienen delante don Pedrode Alarcón, Iván de Vargas,su hija Inés, los escribanos,los corchetes y los guardias;y detrás, monjes, hidalgos,mozas, chicos y canalla.Otra turba de curiososen la Vega les aguarda,cada cual comentariandoel caso según le cuadra.Entre ellos está Martínezen apostura bizarra,calzadas espuelas de oro,valona de encaje blanca,bigote a la borgoñesa,melena desmelenada,el sombrero guarnecidocon cuatro lazos de plata,un pie delante del otro,y el puño en el de la espada.Los plebeyos, de reojo,le miran de entre las capas,los chicos al uniformey las mozas a la cara.Llegado el gobernadory gente que le acompaña,entraron todos al claustroque iglesia y patio separa.Encendieron ante el Cristocuatro cirios y una lámparay de hinojos un momentole rezaron en voz baja.Está el Cristo de la Vegala cruz en tierra posada,los pies alzados del suelopoco menos de una vara;hacia la severa imagenun notario se adelantade modo que con el rostroal pecho santo llegaba.A un lado tiene a Martínez,a otro lado a Inés de Vargas,detrás al gobernadorcon sus jueces y sus guardias.Después de leer dos vecesla acusación entablada,el notario a Jesucristo,así demandó en voz alta:Jesús, Hijo de María,ante nos esta mañana,citado como testigopor boca de Inés de Vargas,¿juráis ser cierto que un díaa vuestras divinas plantasjuró a Inés Diego Martínezpor su mujer desposarla?Asida a un brazo desnudouna mano atarazadavino a posar en los autosla seca y hendida palma,y allá en los aires: "¡Sí, juro!"clamó una voz más que humana.Alzó la turba medrosala vista a la imagen santa…….Los labios tenía abiertosy una mano desclavada.
Conclusión
Las vanidades del mundorenunció allí mismo Inés,y espantado de sí propioDiego Martínez también.Los escribanos, temblandodieron de esta escena fe,firmando como testigoscuantos hubieron poder.Fundóse un aniversarioy una capilla con él,y don Pedro de Alarcónel altar ordenó hacer,donde hasta el tiempo que corre,y en cada año una vez,con la mano desclavadael crucifijo se ve.

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